jueves, 19 de abril de 2012

¿Gana la defensa o el ataque?

De un tiempo a esta parte (o desde siempre, ¡vaya usted a saber!), en muchos deportes se imponen las tácticas defensivas como estrategia de juego. Principalmente lo vemos en fútbol y baloncesto, pero también ocurre en otras disciplinas: en 1966 Tigran Petrosian fue campeón del mundo de ajedrez, y era un tipo que era o'rei do defensa: el contrincante se veía impelido a atacarle y él, perfectamente atrincherado con sus piezas, se defendía como un león; una vez el otro se había estrellado contra sus murallas y había perdido casi todo, Petrosian se lo ventilaba de un zarpazo. También en Fórmula-1: por ejemplo en 1982 Keke Rosberg fue campeón habiendo ganado sólo una carrera. Y en ciclismo Induráin nos enseñó que para ganar el Tour no hay que ser un valiente e intentar dejar a los demás atrás, basta con ser constante y aguantar siempre con el grupo de cabeza. Tan es así que hoy todo el mundo sabe que el Tour se pierde, y quien el último día no lo haya perdido es el que lo gana.

Pero, como digo, es en fútbol y en baloncesto donde se ha impuesto con total descaro la estrategia ultradefensiva. Suele aducir el entrenador de turno que "salir a ganar en... es un suicidio", y se queda tan pancho. Y lo peor es que a veces les sale bien, y si pierden pero no salen apalizados, ellos tan contentos.

Luego se quejan que las televisiones no quieren retransmitir los partidos en los que estos paquidermos se enfrentan entre ellos. Que sólo quieren Barcelonas-Real Madrid; y no se dan cuenta que esos dos equipos siempre juegan a ganar. 

De hecho, cuando surge una alternativa se le distingue precisamente por ese hecho: porque juegan a ganar. Recuerden al Sevilla de hace unos años, al Villarreal de unos pocos más, al Tau en baloncesto...

Por otro lado, con esta gente no se puede discutir, porque si les achacas su estrategia te responden que si tuvieran la plantilla del Barça también ellos saldrían al ataque. Como si sólo bastara con eso.

Y el público también tiene su parte en este resultadismo. Saben perfectamente el míster del Barcelona y el del Madrid que si ellos jugaran para el resultado, el público les abroncaría y los echarían. Pues si en el resto de campos el público acepta que su equipo juegue así...

Y no me refiero a defenderse bien. Tiene mérito cerrarse bien atrás, presionar cuando el otro ataca, atentos a robar la pelota y atacar con rapidez y precisión en que se tiene una oportunidad. No, yo critico las estrategias basadas en cortar el juego, en provocar faltas, en perder tiempo, en plantear el partido para tener el tanteo cuanto más bajo mejor, que se agote el tiempo y hayan pasado las menos cosas posibles,...

En fin, menos mal que no todo el mundo en el deporte está bajo el control de estos cromagnones.

Esta reflexión inicial viene a cuento de que quería comentarles el partido de la Final Four de la NCAA Louisville contra Kentucky. Louisville (a 90 km de la universidad de Kentucky, en Lexington) era la mejor defensa de la liga. Era el equipo que entrenaba Rick Pitino. En el otro lado, Kentucky: el mejor ataque de la liga. No se decía que era la segunda mejor defensa de la NCAA, pero probablemente lo era, que lo cortés no quita lo valiente.

Antecedentes: 1) en el enfrentamiento anterior (del campeonato regular), los Cardinals de Louisville eran los que habían cometido la machada de secar a los Wildcats de Kentucky. Y 2) en el partido previo de cuartos de final, Florida contra Louisville, éstos perdían de paliza a quince minutos del final. Y defendiendo como nunca se ha visto, lograron dejar al otro equipo en tres puntos y meter ellos los necesarios para darle la vuelta al partido.

Añadan a esto que la rivalidad entre ambos equipos es una de las mayores de Estados Unidos y que en juego estaba el pase a la gran final. Más emoción, imposible.

Así que tenemos a mi derecha al mejor equipo (si han leído mi artículo de ayer sabrán que los cinco titulares son ya carne de NBA), y a mi izquierda al aspirante, hecho de despojos y descartes del campeón, pero que va a pelear cada bola como si les fuera la vida. 

La verdad es que equipos como los Cardinals hay cientos; la diferencia estriba en que a éstos les entrena Rick Pitino, y Pitino entiende la defensa como los judokas, que utilizan la fuerza del contrario para vencerle. Es tal la maestría de Pitino en esto que psicológicamente sus equipos juegan con uno más; cuando consiguen acercarse en el marcador, a los rivales les entran los miedos y se derrumban, mientras que los Cardinals, confiados en que lo lograrán, se conservan serenos y encestan una y otra vez.

No sé si por suerte o por desgracia, contra los Wildcats no lo lograron; casi lo consiguieron, pero fue sólo casi. Ahora, yo les digo que los partidos de Louisville fueron todos emocionantísmos, de los que ves clavado al sillón. Porque (esto no se lo había dicho) los Cardinals no juegan a la defensiva al estilo europeo, no. Juegan a la defensiva, pero de otra manera.

Pongámonos un momento en el pellejo de Pitino. Él mira al equipo rival: el número 1 del próximo draft, varias estrellas en ciernes, equipos históricamente exitosos,... Luego mira al suyo y sólo ve chavales voluntariosos pero relativamente poco dotados, poco atléticos; como mucho quizás alguno triunfe como especialista defensivo (estén atentos en los próximos años a un base de Samoa). ¿Qué hacer? Si intentan ganar metiendo más canastas que Kentucky los van a machacar, eso es seguro. Así que va a tener que hacerlo al revés: que los otros metan menos canastas que nosotros.

¿Y? me dirán, esto es lo mismo que vemos con Clemente, con Maguregui y con los miles de entrenadores que tenemos por aquí. Pues no, les repito, porque Pitino lo entiende de una manera diferente. 

Déjenme primero que les cuente una historia:

En enero de 1971, los Rams de la Universidad de Forham visitaron la cancha de los Redmen de la universidad de Massachusetts. Era un partido con una desigualdad sólo posible en la NCAA. Los Redmen llevaban invictos en su campo (denominado "la Jaula") desde diciembre de 1969; su estrella era ni más ni menos que Julius Erving, Dr. J. (baste decir que cuando se retiró, en 1987, se pudo decir ya propiamente la frase de "ya no quedan jugadores como los de antes"), pero en cualquier caso eran muy, muy buenos.

Forham, por el contrario, era muy malos. El pivot llevaba lesionado desde el inicio de la temporada, con lo que el jugador más alto medía 1,95, y el alero titular medía 1,88. Pero es que era un equipo hecho con chavales de los arrabales del Bronx y Brooklyn. Italianos, irlandeses, todo eso.

Sin embargo, desde el pitido inicial los Rams salieron a disputar el partido. ¿Cómo? Presionando. En toda la cancha. En baloncesto un equipo tiene cinco segundos para sacar de banda, y en ese  momento sólo tiene a cuatro jugadores en pista y el que defiende tiene a cinco. Presión. Si consiguen sacar el balón y que lo reciba un jugador del equipo, éste tiene ocho segundos para cruzar el campo. Presión. Como eran cinco contra cuatro, hacen un dos contra uno al que tiene el balón. Éste tiene que no ponerse nervioso, controlar el balón, saber qué hacer: pasarlo, si puede, y pasarlo bien, o botar y avanzar. Y si pasa, que sepa que a quien pasa lo estarán marcando de cerca para robar el balón. Mientras que el equipo defensor, con menos talento, si roba el balón conseguirá contraataques y puntos fáciles, mucho más en cualquier caso que contra un equipo mejor y organizado para defender.

Es fácil imaginar que al principio los Redmen se quedarían anonadados: ¿quiénes eran estos chicos? ¿qué manera es ésta de jugar? ¿porqué no hacen como todos, nos esperan en su zona perfectamente ordenaditos y esperan a que lleguemos allí a hacer las jugadas que tenemos ensayadas? Supongo que el entrenador pediría un tiempo muerto para dar las consignas necesarias, pero Forham se había puesto 13-6. Y defendieron esa ventaja a muerte el resto del partido. 

Para los Rams, fue durísimo y agotador. Uno tras otro, un italiano o un irlandés del Bronx tenía que salir a partirse el careto defendiendo a Erving; uno tras otro, los italiano y los irlandeses eran eliminados por personales. Ninguno era tan bueno como Erving. Pero no importaba: Fordham ganó 87-79.

Aquel día, David venció a Goliath pero, curiosamente, nadie aprendió la lección. La táctica de Forham no se empleó igual más, y aunque unos chicos callejeros habían vencido a los orgullosos bostonianos, tampoco éstos pensaron en aplicarla.

La verdad es que nadie sabría ya nada de ese partido, si no fuera porque en el equipo de Massachusetts había un base novato y alfeñique que no jugó un solo minuto pero que lo vio todo. Vio cómo sus ídolos, los jugadores que tanto admiraba, caían ante una jauría de perros que defendían en cada centímetro de la pista, una pista donde nadie les había ganado antes. Y no lo olvidó. Cuarenta años después, todavía recuerda la alineación de Forham: Yelverton, Sullivan, Mainor, Charles, Zambetti. Obviamente, aquel chaval era Rick Pitino. 

Poco después Pitino se hizo entrenador. Y aplicó lo que vio aquel día: presión en toda la cancha, constante, pelea por cada balón. Intentar cansar al atacante para que, si sale de la presión de la defensa, apenas tenga aliento para hacer bien su jugada o su tiro. ¿Que qué tal le ha ido? Juzguen ustedes mismos, su historial es impresionante (en términos americanos, que valoran tanto el título como haber llegado a la final, a las semifinales, etc). Pero, sobre todo, lo consiguió entrenando a equipos menores, casi siempre desprovistos de talento. Como Louisville, que se plantó en la Final Four.

Son maneras distintas de entender cómo se ha de defender. Y, ya les digo, la defensa de Pitino proporciona unos partidos memorables. Aunque a mí me entran dudas: la técnica de Pitino ¿es defensa o es ataque? Porque el resultado es que el que tiene la pelota se dedica a defenderla y "el defensor" le ataca para cambiar la situación. Como en fútbol americano, que el equipo que tiene el balón es el defensor (defienden al quarterback) y el que no es el atacante.

En cualquier caso, cuando alguien les diga que con el equipo que tienen no se puede hacer otra cosa que montar un cerrojo atrás, cuéntenle la historia de Pitino. Y que no se quejen de ser peores, que salgan y se esfuercen como no lo hacen los buenos.

¿No creen?

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